Cinco documentales híbridos imperdibles

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6 min readMay 3, 2017

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¿Cuanto de ficción tienen los documentales? Si abrimos las fronteras de las etiquetas, el campo de creación es ilimitado para los cineastas a la hora de unir los recursos de la ficción con los del documental. Guidedoc te trae cinco documentales híbridos que navegan en varias aguas para contar historias memorables.

Nanook del Norte de Robert Flaherty (1922)

Después de quemar con un cigarrillo los más de treinta pies de película de cine que consumió filmando escenas sueltas de las tribus Inuit al norte de Quebec entre 1914 y 1915, Robert Flaherty tuvo el tesón suficiente para volver a aquellos nevados previos y recuperar sus imágenes perdidas. Cinco años después, en 1920, Flaherty rodó en espacio de un año Nanook del Norte, película sobre la vida de Allakariallak, un experimentado cazador Inuit. Catalogado como una obra pionera en el cine documental, en este film Flaherty muestra el cotidiano de su protagonista mientras construye un Iglú, caza animales salvajes con instrumentos artesanales o comparte tiempo con sus dos esposas. Pero lo que se presenta en pantalla como un registro verídico sobre la vida primitiva de un personaje indígena real no es sino una muy cuidada puesta en escena. Los Inuit de entonces ya cazaban con armas de fuego, no vivían en iglúes y las dos actrices que actuaron como esposas de nuestro cazador realmente no lo eran. El personaje de Nanook se construía en cine gracias al romántico capricho de Flaherty de registrar en cine las idealizada costumbres de los inuit antes de la influencia europea. El film todavía despierta controversia sobre todo a la hora de valorar las técnicas de ficción utilizadas en las obras documentales.

Waking Life de Richard Linklater (2001)

Concebir un largometraje documental enteramente de animación es de por sí una tentación a los márgenes del género. ¿Se está retratando o no la realidad como es? ¿Hasta qué punto es conveniente dotar a las imágenes documentales de las volatilidad del trazo y el color? Cuando vemos Waking Life las respuestas a estas interrogantes afloran en tonos diversos, pero la clave de esta decisión estética de Richard Linklater es la estructura dramática que ha construido para contar una historia sobre los dilemas de la existencia humana, el peso del espíritu humano, el fenómeno del sueño y las infinitas percepciones de la realidad. La trama consta de un joven anónimo que sueña aparecer en varios lugares, ya sea un bar, una calle, una habitación o un parque, donde entabla conversaciones de temas filosóficos con individuos de distintas edades y corrientes de pensamiento. El entramado del viaje de nuestro protagonista se vuelve tan abstracto que nunca se sabe en qué nivel de realidad se está en un momento u otro, o si está despierto o soñando. Las escenas tienen olor a documental pues están filmadas como si fuesen entrevistas o momentos improvisados sacados de la vida misma, sólo que el color y las líneas de la rotoscopía digital hace de las suyas para hacernos sentirnos en un nivel de realidad muy lejano al de la vida mundana.

Juego de Escena de Eduardo Coutinho (2007)

Un teatro vacío, dos sillas, luces y una cámara es todo lo que necesita el director brasileño Eduardo Coutinho para crear una apología sobre la naturaleza de la ficción dentro de un hipotético documental. Después de hacer un casting de mujeres con historias de vida que contar, Coutinho entrevista a las seleccionadas para escuchar de voz propia sus relatos más íntimos y trascendentales. Durante la retórica afloran llantos, risas y dubitaciones. Coutinho interviene con preguntas y comentarios pero se mantiene detrás de cámara y sólo oímos su voz. En un punto del film, los relatos que ya oímos comienzan a repetirse y es cuando entendemos que ahora están siendo contados por actrices, hasta el punto que no sabemos de quien parte la anécdota. El dispositivo de la entrevista aunado con una puesta en escena en donde se evidencian los implementos del cine, como las luces, la claqueta o la figura del director, dejan de ser elementos propios del documental para convertirse en algo mucho más abstracto, develando la autonomía del fotograma ante las clasificaciones tradicionales de documental o ficción.

La Comuna (Paris, 1871) de Peter Watkins (2000)

Llamado el “padre del falso documental” el realizador inglés Peter Watkins escoge la propicia locación de una fábrica abandonada de Paris para hacer un inédito drama histórico sobre aquella revuelta popular que en 1871 instauró una breve comuna socialista en plena capital francesa. Tras armar un numeroso elenco formado en su mayoría por actores no profesionales, Watkins transformó el interior de la fábrica en un modesto decorado de la Paris de entonces y rodó por espacio de sólo 13 días una reconstrucción de los acontecimientos en el seno de la comuna basándose en una dinámica de simulación e improvisación actoral. Para ello recurre al lenguaje de la transmisión televisiva en vivo, en el que reporteros de dos cadenas ficticias, una conservadora y otra revolucionaria manejada por la propia comuna, narran estos acontecimientos mientras ocurren, entrevistan a los protagonistas e impregnan sus visiones políticas en las imágenes que graban. El film, que tiene una versión de cinco y de tres horas, tuvo un gran recibimiento en la crítica por hacer un retrato actualizado de un momento histórico de gran carga política con un ingenioso dispositivo cinematográfico. El logro de La Comuna es propiciar una discusión sobre el inherente diálogo entre los hechos de la realidad y cómo estos son re significados por los creadores de discursos audiovisuales.

The Arbor de Clio Barnard

La realizadora inglesa Clio Barnard indaga en la vida de Andrea Dumbar, una dramaturga de clase trabajadora que escribió tres obras de teatro antes de morir de 29 años de edad en 1990 producto de un derrame cerebral asociado al consumo de alcohol. Barnard recurre a varios registros cinematográficos para construir un retrato póstumo de Dumbar, siendo el más curioso la utilización de varios actores entrenados en la técnica de hacer la mímica vocal o “lip-sync” para darle rostro a los testimonios grabados en audio de los familiares y conocidos de Dumbar. Estas intervenciones actorales se alternan con las escenas de The Arbor, una pieza de teatro escrita por Dumbar que lleva el nombre del barrio pobre en donde se crió. El montaje de la obra es filmado al exterior, en varias locaciones de los predios del propio barrio, por lo que se pueden ver a curiosos peatones disfrutar de la obra mientras ésta ocurre.

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